La camarera by Nita Prose

La camarera by Nita Prose

autor:Nita Prose [Prose, Nita]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-04T00:00:00+00:00


CAPÍTULO

14

Son las tres y media cuando la detective Stark me da permiso para abandonar la sala blanca. Me dirijo sola hacia la puerta de la comisaría. Esta vez no hay paseo de cortesía en coche. No he comido desde esta mañana y me aguanto con una taza de té.

Mi estómago ruge. El dragón se despierta. Tengo que detenerme unos segundos en la acera frente a mi edificio para no desmayarme.

Es mi engaño, y no el hambre, el que está perjudicando tanto mis nervios. Es el hecho de no haberlo contado todo sobre Giselle, de no haber dicho todo lo que oculto en mi corazón. Eso es lo que me tiene en este estado.

«La franqueza no es agravio».

Puedo ver el rostro de Gran, con una mueca torcida provocada por la decepción, el día que regresé a casa a los doce años y me preguntó qué tal me había ido la jornada. Le dije que había sido un día normal y que no tenía nada que contar. También eso fue una mentira. La verdad era que me había escapado a la hora del almuerzo, lo que distaba mucho de ser normal. La escuela había llamado a Gran. Le confesé por qué lo había hecho. A la hora del patio, mis compañeros de clase habían formado un círculo a mi alrededor y me habían ordenado que me revolcara en el barro y que me lo comiera, y yo había obedecido mientras ellos no dejaban de golpearme. Eran profundamente creativos a la hora de atormentarme y aquella iteración no era excepcional.

Cuando acabó aquel calvario, me dirigí a la biblioteca y me pasé horas en el baño sacándome la mugre del rostro y de la boca, frotando para quitar la tierra de debajo de mis uñas. Observé con satisfacción cómo las pruebas del delito giraban y desaparecían por el desagüe. Estaba completamente segura de que iba a salirme con la mía, que Gran nunca lo descubriría.

Pero lo descubrió. Y después de que le confesara que me acosaban, solo me hizo una pregunta:

—Mi niña, ¿y por qué no dijiste la verdad desde el principio? ¿A tu profesora? ¿A mí? ¿A quién fuera?

A continuación, se puso a llorar y me abrazó tan fuerte que no pude contestarle. Pero tenía una respuesta. Sí. No dije la verdad porque la verdad dolía. Lo que había pasado en la escuela era bastante malo, pero que Gran supiera de mi sufrimiento significaba que ella también experimentaría el dolor que yo sentía.

Ese es el problema con el dolor. Se contagia como si fuera una enfermedad. Se transmite de la persona que lo sintió por primera vez a aquellos que más quieres. La verdad no es siempre el ideal más elevado; a veces, hay que sacrificarla para que el dolor no alcance a tus seres queridos. Hasta los niños, de forma intuitiva, lo saben.

Mi estómago se calma. La firmeza regresa. Cruzo la calle y entro en el edificio. Subo las escaleras de dos en dos hasta mi planta y voy directa hacia la puerta del señor Rosso.



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